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La biblioteca familiar, un tesoro para la imaginación



Por: Rosa Luisa Guerra.




Vender enciclopedias puerta por puerta fue una ocupación. Por más que a las generaciones actuales les podría resultar extraño, de los años 50 a los 70 del siglo pasado, fue común que personas se dedicaran a eso. Algunas películas dan cuenta de ello.


En esas décadas, comprar libros era en parte una forma de mostrar estatus. No faltaba la anécdota de quien había comprado los libros por metro o por cierto color como elemento decorativo. Pero en muchos casos sí había un interés en ofrecer a los hijos las oportunidades que los libros traen consigo.


Así las enciclopedias que llegaron a los libreros de muchas familias fueron, entre otras, las clásicas Británica o Espasa-Calpe que sacaron de aprietos a miles, quizá millones de estudiantes durante esos años. A ellos y a sus vecinos y amigos, porque era común compartir con los demás el acceso a esos “tesoros del saber”.


Y justo así, con esa metáfora del “tesoro” se creó una colección que ocupó también un lugar importante en la vida de muchos: los veinte tomos del Tesoro de la Juventud, cuyo subtítulo era Enciclopedia de Conocimientos. Cabe destacar que fue creada por expertos del nivel Luis G. Urbina o José Enrique Rodó por destacar a dos de ellos de entre los doce listados en cada tomo. Todos eran destacados en sus áreas y todos eran latinoamericanos, de ahí su énfasis en dirigirse al público de sus propios países.


Esta peculiar enciclopedia se repitió en diversas ediciones (la blanca con azul y la gris con rojo fueron de las últimas), y luego fue imitada —y en mi opinión nunca igualada— por otras editoriales. En mi caso particular, y me atrevo a usarme de ejemplo, a pesar de que mi experiencia probablemente no era la más común, porque rastreo en ella cómo apoyó mi tránsito entre las compresiones mítica, romántica y filosófica, además de servir de guía para formar una biblioteca familiar.



El Tesoro de la Juventud



Como comentaba, sé que mi experiencia se ubica más en los límites de la vivencia lectora, pero recuerdo perfectamente la mañana (lluviosa) que mi mamá acudió al tomo XX de la edición que sus papás compraron en los años cincuenta para la biblioteca familiar. En ese tomo estaban los dos índices por secciones y el índice general, aprender a usarlos fue también fue parte de un rito inicial hacia la exploración bibliográfica.


Mi mamá buscaba ahí una actividad para entretenerme. No recuerdo cuántos años tendría, pero no pasaría de siete u ocho. Eligió una de la sección llamada “Juegos y pasatiempos”, cómo hacer flores de papel.


No creo que se haya dado cuenta de que al darme uno de los tomos me abrió un mundo impresionante más allá de las flores de papel que nunca pude hacer del todo. No sólo me encontré con muchos “pasatiempos”, aunque la mayoría de las manualidades eran básicamente imposibles de reproducir, sino que descubrí pronto la sección de “El Libro de los hechos heroicos” —¿qué hay más romántico que la asociación con lo heroico?— y de ahí brinqué libremente a “Hombres y mujeres célebres”, “Los países y sus costumbres”, “El libro de las narraciones interesantes” y “El libro de los por qué”, y así a las catorce variadas secciones distribuidas en los veinte tomos.


Llegué a conocer tan bien los contenidos de cada tomo, que los ponía en desorden en el librero y con ojos cerrados escogía uno para sumirme en él, pero lo hojeaba para adivinar qué tomo era. A la fecha, recuerdo al cerrar los ojos, el contenido de algunos como el IV o el XVIII (el XX era fácil por los índices). En ellos además estaba la huella de los trabajos escolares de mi tío, y de sus primos (mi mamá negó siempre haber marcado de esa forma un libro), pues los párrafos de varias secciones de historia estaban subrayados con pluma y con algunas notas para ser usadas en los trabajos escolares. El “copy-paste” era más complicado en esa décadas, pero no por ello inexistente.






Las herramientas cognitivas



El apalancamiento en las herramientas de la comprensión mítica en el Tesoro de la Juventud se daba, para empezar, en que se podían encontrar desde cuentos con características más elementales en “El libro de las narraciones interesantes” hasta resúmenes de los libros clásicos de la literatura universal en “Historia de los libros célebres”, además de tener versiones en español de poemas de todos los tiempos en la sección “El libro de la poesía” (lo cual implica además, la presencia de la rima, el ritmo y la metáfora). Pero no se quedaba ahí, porque hay una conexión importante con la narrativa como herramienta de la compresión romántica.


La combinación de temas y la forma de presentarlos siempre bajo los cánones de la narrativa sin importar si se trataba de cómo es el cuerpo humano (“El libro de nuestra vida”) o cómo son la fauna y flora (“Los dos grandes reinos de la naturaleza”) o los confines de los continentes y los diversos países (“Los países y sus costumbres” y “El libro de América Latina”). En todos ellos se explotaba al máximo esa herramienta cognitiva de la comprensión romántica sirviendo de puente para lograr, en algunos temas, convertirse precisamente en metanarrativa, pasando así a la comprensión filosófica.


Del mismo modo, esa narrativa contribuía a la humanización del significado puesto que volvía emocionante conectarte con los grandes descubrimientos científicos a través de conocer a quienes los habían logrado, así como a las grandes conquistas de la geografía como llegar al polo Sur sintiendo que estás ahí. Y de ahí, el paso a entender cómo son las anomalías las que nos conectan y explican en gran medida el significado y la importancia de los logros humanos y cómo inciden en nuestras vidas.


Esta obra y seguramente otras, que como comentaba se hicieron bajo esquemas parecidos, contribuyeron a encaminar a muchísimos de sus lectores a volverse estudiosos e incluso dedicarse profesionalmente a los campos de la ciencia y las humanidades. Eran un excelente vehículo porque se abrían como una especie de bufet intelectual para satisfacer los más variados gustos y apetitos.


Por eso, me resulta triste constatar que esas obras han perdido presencia en la industria editorial, sin embargo, pueden servir de base para orientar a los actuales padres de familia en la integración de una biblioteca familiar que igualmente busque satisfacer la variedad de intereses y aportar el beneficio de las diversas herramientas cognitivas de cada una de las comprensiones.





Consejos para armar una biblioteca familiar



El primer consejo para mí es un tanto tautológico pues es afirmar que es importante seguir construyendo bibliotecas familiares. Es verdad que las versiones electrónicas de los libros (o simplemente el acceso al “mundo” que es internet) ofrecen un universo muy amplio de entrada a diversos temas, sin embargo, el libro como objeto sigue ofreciendo experiencias sensoriales necesarias y complementarias al conocimiento puramente intelectual. Además de que, sin hablar de censura, sí permiten cierta guía en los contenidos a los que los menores tienen acceso. Y aquí no sólo me preocuparía lo que se puede etiquetar como moral o no moral o apropiado para edad, sino la veracidad de los contenidos que no es fácil de comprobar en internet.


Segundo, es importante no creer que los lectores infantiles y juveniles son sólo aquellos que devoran libros de narrativa. Nadie aplaude más que yo la creciente oferta de novelas corta, novelas y cuentos dirigidos a públicos infantiles y juveniles graduados según sus niveles lectores, pero también ha llevado a la falsa impresión en algunos que la lectura “literaria” es la única válida o la única que convierte a las personas en lectores consolidados en la madurez. Abrir el bufet, como hacía El Tesoro de la Juventud, a temas de ciencia, historia, viajes y descubrimientos ayudará a ampliar y consolidar intereses.


En ese renglón, debo destacar también que los libros de manualidades o actividades artísticas (en el mundo del Tesoro de la Juventud además de “Juegos y pasatiempos” teníamos “El libro de las lecciones recreativas”) también son un camino para el despertar de otros intereses no menos valiosos.


El tercero es no olvidar poner al alcance de la mano de los lectores juveniles los clásicos de siempre, por algo Verne o Alcott o L.M. Montgomery siguen siendo autores con lectores en cada generación. Aunque hay ya pocas ediciones “juveniles” (es decir, resumidas) de los grandes clásicos conviene integrar a la biblioteca familiar algunas de esas versiones porque se pueden convertir en el paso más fácil a la lectura de los libros completos, incluso más que la forzada lectura por motivos escolares.


Cabe destacar también que algunos tomaron la costumbre colocar a la poesía en un pedestal para que no se “manche”, o se pospone su lectura para cuando “se entienda”, lo que se ha logrado es que no se lea. La poesía si algo tiene de maravilloso es que siempre se le entiende, aunque en algunas lecturas se le entiende diferente; por eso, contar con algunos ejemplares potencialmente ampliará el amor por la lengua y sus intrincadas significaciones.


En cuarto lugar, recomendaría la inclusión de biografías de personajes célebres. También ha bajado la oferta que hubo en el pasado de este tipo de libros encaminados a lectores infantiles y juveniles, pero vale la pena buscar opciones porque contar con modelos es una manera accesible de ponerse metas personales.



¿Biblioteca familiar el único camino?



Estos consejos van directamente pensados para aquellos padres que sí quieren convivir con los libros y extender a sus hijos la experiencia de tenerlos a la mano, tal como en generaciones pasadas se dio el contacto con la palabra escrita. Ciertamente estos consejos implican una inversión y los vendedores de enciclopedias y colecciones parecidas a plazos ya no tocan en nuestras puertas, sin embargo, las librerías de viejo u ofrecerse para “adoptar” bibliotecas de tíos o abuelos son opciones que por menos dinero pueden ayudar a ofrecer a los hijos el contacto con los libros.


Pero los consejos bien pueden servir para acercarlos a través de las bibliotecas públicas (que en México hay menos de las necesarias y las que hay en ocasiones están subutilizadas) o a las bibliotecas escolares (que tienen una gran variedad de situaciones de cuidado, provisión y accesibilidad). Asimismo, pueden ayudar a guiar a los hijos a navegar en el mismo internet ampliando sus horizontes y permitiéndoles desarrollar raíces en múltiples direcciones que les permitan afianzarse con más fuerza en su crecimiento personal.


Y si se topan por ahí con una maravilla como El Tesoro de la Juventud en una versión actual que ofrezca de manera ordenada esa variedad de intereses, no duden en lanzarse sobre ella y pelear por ponerla al alcance de sus hijos una tarde lluviosa o en la que “casualmente se vaya” el servicio de internet.


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