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Imaginación y pensamiento crítico

Por Héctor González


¿Cuántas veces hemos escuchado que leer no sólo nos aporta conocimiento, sino que incluso nos hace mejores personas? Movidos por estas ideas seguramente en más de una ocasión hemos tomado algún libro o perseguido alguna calificación.


¿Cuántas veces te has topado con alguien que a pesar de la presunción de leer uno o dos libros a la semana parece no haber aprendido nada? No nada más porque es incapaz de resolver cuestiones prácticas de la vida diaria, también porque es ejemplo de lo que algunos llaman soberbia intelectual.





Seamos claros, leer te puede aportar información, pero no conocimiento y menos aún te garantiza valores como la nobleza o la generosidad. Adolfo Hitler y Joseph Goebbels, su publicista, podrían ser calificados de todo menos de desinformados. Gustaban de la literatura y la música, y por el bien de la especie lo más conveniente sería no tomarlos como un ejemplo a seguir. Incluso a Richard Wagner, el genial compositor alemán, tenía ideas antisemitas. Su talento y sensibilidad para el arte no lo hacían, en términos generales, una buena persona.


En su libro La imaginación en la enseñanza y el aprendizaje, Kieran Egan nos recuerda que la práctica educativa, supone entre sus fines, asegurarse que los estudiantes “acumulen conocimientos, habilidades y actitudes que les sirvan para la vida que probablemente lleven”. Sin embargo, también nos recuerda que pensadores como Platón o Rousseau, no encontraban en esta pretensión una de sus reglas de vida. Para ellos, sostiene Egan, es más importante otorgar las herramientas para que el estudiante se convierta en un pensador autónomo.


Si nos detenemos un momento y reparamos en ello, la tesis de Egan quizá nos suene familiar. Parte de nuestro proceso de vida consiste en diferenciarnos de los demás. Al interior de la familia, la escuela o las relaciones de pareja, solemos buscar ser diferentes al resto y construir nuestra identidad. Queremos que se nos aprecie por aquello que nos distingue de manera individual. No obstante, encontrar aquel rasgo o aptitud que nos hace distintos no es fácil. Para identificarlo necesitamos información, educación, pero también imaginación, esta última entendiéndola como una capacidad para resolver las eventualidades que nos surgen en lo cotidiano y dentro de cualquier terreno (profesional, escolar, personal).


Si Platón jamás hubiera cuestionado a sus contemporáneos jamás habría propuesto salir de lo que llamaba la cueva. Si la científica Marie Curie no se hubiera rebelado a los estereotipos de género de su época, jamás habría ingresado a los laboratorios para aportar sus notables investigaciones en el territorio de la física y menos aún habría ganado el Premio Nobel. Si Muhammad Ali o Elvis Presley no se hubieran atrevido a dar un paso fuera del convencionalismo de mediados del siglo XX, no se habrían convertido en los iconos de la cultura popular que hoy son.


Egan nos dice que la educación es un proceso que “despierta a los individuos a una forma de pensamiento que los habilita para imaginar condiciones distintas de las existentes o de las que han existido”.


El filósofo y pedagogo John Dewey prefería los métodos educativos que incentivaban una actitud crítica y escéptica ante el mundo. Para alcanzar este estadio la imaginación es fundamental porque es el rasgo que nos anima a salirnos del montón, a pensar diferente e incluso a potenciar nuestra creatividad.





Desafortunadamente en las escuelas pocas veces se habla de esto. En aras del conocimiento enciclopédico de desincentiva el pensamiento crítico: lo más fácil para muchos profesores podría ser tener alumnos que no cuestionen sino todo lo contrario, que piensen igual que la mayoría.


El conocimiento florece cuando se aplica a la vida cotidiana. Si hay algo que nos aporta el cine o la literatura, incluso algunas buenas canciones, es la posibilidad de imaginar vivir otras vidas, de ser y comprender al “otro”, al “diferente”. De crear y pensar un mundo diferente al nuestro. Eso lo saben bien los dictadores, por eso una de sus primeras acciones consiste en perseguir a los artistas y librepensadores.


Mucho se habla de que el planeta enfrenta momentos críticos en materia de seguridad, migración y medio ambiente. ¿En verdad promoviendo esquemas de pensamiento homogéneos desde las escuelas y universidades encontraremos las respuestas que el tiempo nos exige?


Quizá ya sea hora de recuperar al menos de manera personal, la vocación de los grandes científicos, artistas, políticos o filósofos que se atrevieron a entender el conocimiento como la posibilidad de cuestionar, imaginar y redireccionar su entorno.




*Kieran Egan. La imaginación en la enseñanza y el aprendizaje. Amorrortu ediciones.

Trad. Eduardo Sinnott.

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