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Educación y curiosidad



¿En qué momento le perdimos el gusto al juego? Es verdad que el ritmo de la vida nos lleva a la escuela, el trabajo, la responsabilidad, ¿pero eso está peleado con la diversión y el ejercicio de imaginación como instrumentos de conocimiento?


En su ensayo El Yo creativo –incluido en su libro El río de la conciencia (Anagrama)-, el neurólogo Oliver Sacks (1933-2015) nos recuerda que los niños poseen una avidez mental de saber y comprender. Justo esta avidez funciona como una especie de estímulo mental para explorar, construir y descubrir algo nuevo.


Mientras somos pequeños preguntamos cualquier cosa, metemos la mano en los cajones más escondidos y seamos sinceros, somos capaces de llevarnos casi cualquier cosa a la boca.


Sin una narrativa, esas experiencias se quedan en nada. A partir de que las incorporamos a un relato, se traducen en experiencia, conocimiento y por ende en educación.


La Biblia, Las mil y una noches, el Popol-Vuh, El Ramayana o El Quijote, son ejemplos de narrativas irrenunciables. Son libros que exhiben nuestra afición y necesidad por las historias y los relatos. A través de ellos es como nos asomamos a la comprensión del mundo de una manera estructurada.


El valor de la lectura es incuestionable siempre que la asumamos como un combustible para nuestra imaginación y creatividad. Si algo nos da la comprensión después de todo, es la posibilidad de ponernos en los zapatos del otro y de vivir situaciones que de otra manera sería imposible. Hasta aquí vamos bien.



Ejercicio mental, ejercicio de libertad


Los problemas comienzan cuando forzamos las cosas. Sacks, autor de Despertares y El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, entre otros libros, dedicó la mayor parte de su vida al estudio del cerebro y créeme algo sabe acerca de cómo funciona nuestra mente. En su ensayo advierte que “una educación demasiado rígida, demasiado estructurada, demasiado carente de narrativa, puede destruir la mente antaño activa e inquisitiva de un niño”.


Propone que “la educación tiene que alcanzar un equilibrio entre estructura y libertad (…) Casi todos los niños pasan por muchas fases en este proceso, y en cada periodo necesitan más o menos estructura, más o menos libertad”.


A partir del equilibrio sugerido por el neurólogo, vale la pena reparar en los procesos de memorización que todavía se enseñan en algunas escuelas. La repetición o mecanización de las ideas, lejos de promover la creatividad o desarrollo de nuestra imaginación, nos mimetizan con el entorno. George Orwell advirtió algo de esto como también en su momento lo hicieron Anthony Burgess y Stanley Kubrick en La Naranja Mecánica (1971).


Tal vez recuerdes la clásica secuencia de la película The Wall (Alan Parker, 1982), donde al son de la música de Pink Floyd vemos cómo la escuela produce –sí produce-, cual fábrica, alumnos alienados. Pues algo hay de eso en la reflexión de Oliver Sacks.


Ahora y en la antesala de un nuevo regreso a clases, bien valdría la pena tomarnos el tiempo de leer a Sacks y de paso pensar en el tipo de educación que se imparte desde las escuelas y universidades. ¿Se fomenta el conocimiento libre como herramienta para comprender y aprender a desarrollarnos en nuestro entorno?, o ¿simplemente se nos enseña a ser funcionales dentro de una lógica “incuestionable”? Tú qué crees…


Oliver Sacks. El río de la conciencia. Anagrama. España. 223 pp.



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