Por: Rodrigo Rivera Hernández.
Si a finales del mes de febrero de 2020, alguien hubiera dicho que las medidas de confinamiento que se llevaban a cabo en China con motivo del coronavirus serían la regla en el mundo al cabo de unos días, que Nueva York se convertiría en el epicentro mundial de la pandemia, o que en algunas semanas el precio del petróleo llegaría a índices negativos, esa persona habría sido tildada de falso profeta y muchos, muchísimos habrían apostado fortunas en contra... y lo habrían perdido todo.
Si bien el escenario actual no es inédito desde un punto de vista histórico (peores y más letales pandemias ha enfrentado la humanidad), sí lo es desde la perspectiva en que prácticamente nadie de los que estamos vivos hoy, tenemos recuerdos de ninguna. Al menos no una de esta dimensión y de estas consecuencias sociales, políticas y económicas. Y es que los avances de la medicina en el último siglo y los prodigios de las tecnologías en términos de comunicaciones, nos han han hecho sentir casi invencibles.
No obstante, la crisis que para muchos era impensable, está aquí, y dada lo lejana que ésta parecía -a pesar de las advertencias de algunos científicos y de personajes como Bill Gates- parece que casi nadie ha sabido exactamente cómo reaccionar, cómo responder. Lo cierto es que con ella, la naturaleza de los distintos sistemas políticos y sus sociedades, parecen mostrarse con suma transparencia en sus defectos y virtudes. Una cosa similar ha ocurrido de manera individual con cada persona: bien dicen que los periodos de crisis suelen desnudar lo mejor y lo peor de cada uno.
En su teoría sobre la imaginación, el educador canadiense Kieran Egan advierte que nuestras distintas fases de la imaginación a nivel personal también pueden distinguirse en la historia de la civilización. Cada fase cuenta con virtudes y defectos. Las primeras, nos acercan a la realidad, al trabajo colaborativo, a la resiliencia; los segundos, dirigen nuestra comprensión del mundo en sentido contrario. En la coyuntura actual de la crisis por el COVID-19, ¿será posible distinguir algunos rasgos de estas fases tanto en las personas como en los sistemas políticos? Veamos algunos ejemplos.
Desde la comprensión somática:
En la comprensión somática, nuestros sentidos son la vía de acceso al conocimiento del mundo. Fases posteriores de nuestra comprensión nos enseñan que existen en el mundo muchas más cosas que las que podemos reconocer a simple vista, como los microorganismos y, desde luego, los virus. Pero dada la forma en la que muchas personas han reaccionado ante el problema, parecería aplicarse el razonamiento que lo que no puede verse, no existe. Ello ha dado soporte, por ejemplo, a los que niegan la existencia del virus.
Desde la comprensión mítica:
Virtudes. Un discurso desde la comprensión mítica, basado en la resiliencia de la especie humana y en su capacidad para vencer las adversidades, puede ser un buen cohesionador social y podría fomentar una colaboración global para atacar el problema.
Debilidades / Pies de barro. Este mismo discurso usado desde perspectivas nacionalistas basado en la lógica de que el pueblo o determinada sociedad saldrá adelante porque es fuerte y porque lo ha logrado históricamente, puede generar, en la práctica, no solamente una escasa colaboración global sino una distribución inequitativa de los recursos que se necesitan para afrontar la crisis. Es la lógica del “Nosotros” y el “Ellos” que puede resumirse en una frase del presidente de Estados Unidos, Donald Trump: “El virus chino”.
A nivel individual, han surgido algunas teorías esotéricas que explican el fenómeno como una especie de purga por parte del planeta de la plaga que representamos los humanos, o como un especie de castigo divino por distintos comportamientos inmorales.
Desde la comprensión romántica:
Virtudes. Cierto estoicismo para afrontar la adversidad, sentido de comunidad, colaboración y solidaridad, reconocimiento en particular a los trabajadores de la salud que se encuentran combatiendo al virus en primera línea.
Debilidades / Pies de barro: - Idealización del pasado inmediato. Se lee en las redes sociales una frase común en fechas recientes: “éramos felices y no lo sabíamos”. Un falso heroísmo de muchas personas que se encuentran en confinamiento en circunstancias francamente privilegiadas. Pensar que esto es una catástrofe para uno mismo sin pensar que hay millones de personas que no sólo la están pasando igual que nosotros sino, en muchos casos, mucho peor: personas quizá cuyos negocios van a tener que cerrar; personas desempleadas o que no tienen ingresos y que tienen que estar permanentemente en la calle exponiéndose a un contagio; personas que han perdido a un familiar; etcétera. Abrazar la situación como un destino inevitable sin buscar tomar medidas a futuro, por ejemplo, para mejorar los sistemas de salud o desarrollar protocolos más claros a nivel global en el caso de surgimiento de nuevas enfermedades.
Desde la comprensión filosófica o teórica:
Virtudes. Tratar de dar explicación a lo que está sucediendo tomando en cuenta la mayor parte de variables posibles: económicas, políticas, geográficas, médicas, históricas, reflexionar sobre el papel de los medios de comunicación y de las redes sociales, etc. Ha sido particularmente interesante leer en distintos medios de comunicación las distintas posturas sobre el futuro de la humanidad a partir de la pandemia de pensadores como Slavoj Zizek, Yuval Noah Harari y Byung-Chul Han, entre muchos otros.
Debilidades / Pies de barro. Defender cualquier conclusión como inequívoca. La complejidad de la situación es tal y tiene tantas variables, que sería muy riesgoso aventurar cualquier conclusión con respecto a qué países o sistemas políticos han manejado mejor la crisis o aventurar un pronóstico referente al futuro que nos espera como sociedad global.
Desde la comprensión irónica o desenfadada:
Resulta irónico que la generación más interconectada que ha existido en la historia de la humanidad, sea incapaz de contacto físico en un momento como este. Particularmente curioso es que, en algunos casos, el confinamiento ha implicado el restablecimiento de lazos con personas con las que no se ha tenido contacto físico desde hace mucho tiempo. El mundo nunca ha sido tan global y nunca ha estado tan interconectado como ahora. Por ello, quizá la principal ironía de la circunstancia actual sea que un problema eminentemente global, esté siendo atacado con muy variopintas estrategias -a veces francamente contradictorias-, a nivel local. El fracaso de la política y de la diplomacia han sido tales que las autoridades no solamente han sido incapaces de buscar soluciones regionales con las naciones vecinas, sino que en muchos casos, al interior de un mismo país se toman distintas medidas a nivel local o municipal.
Otra ironía de nuestros tiempos es que con cierta asiduidad, se cacarea que somos parte de la era de la información lo que, en teoría, haría posible que seamos una sociedad mejor informada que toma mejores decisiones con base en ella. Sin embargo, dada la miríada de noticias falsas que circulan a diario en las redes sociales (se calcula que circularon solamente Facebook durante el mes de marzo de 2020 cuarenta millones de publicaciones con noticias falsas producto de cuatro mil notas, artículos o videos con información falsa), bien podríamos nombrar a nuestra era la de la desinformación.
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Rodrigo Diego Rivera Hernández. Politólogo por la UNAM, cuenta con una especialidad en Gestión Cultural (UAM). Su trayectoria profesional está vinculada a la gestión y producción de espectáculos escénicos, particularmente para la ópera, y a la promoción de la lectura.
En la actualidad trabaja como Coordinador de Proyectos en Arte para Despertarte A.C., organización en la que fundó y opera Lectura en Movimiento, programa de fomento de hábitos lectores en escuelas públicas.
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