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Cambio de contexto: Los libros de texto sí dejan huella




Por: Rosa Luisa Guerra.


Entre los estragos más evidentes de la pandemia ha sido la alteración de la escolarización. Y uno de los elementos que no ha salido bien librado ha sido el libro de texto tradicional. En este marco, resulta pues un tanto nostálgico hablar de ellos.


Es posible que los estudiantes actuales, sumergidos en tantas pérdidas, la ausencia del libro de texto no sea percibida como una de las pérdidas más sentidas. Sin embargo, cuando uno llega a la edad adulta, los libros de texto sí son una cuestión nostálgica, aunque lo hayamos llegado a detestar en algún momento algún texto en particular, con el paso de los años los recordamos con cariño algunos de ellos.


De hecho, algunos temas se nos quedan tan clavados en la memoria, incluso si no los entendimos cabalmente, que se nos vuelven una especie de “intriga” a la que regresamos de vez en cuando hasta que por fin la resolvemos. Esto ocurre, y perdón: libros de matemáticas, especialmente con las antologías de lectura.


En México, tenemos un marco común de referencia por generaciones, pues sin importar si se es de escuela privada o de pública, si se vive en el norte o en la costa, todos tuvimos los libros de texto oficiales: únicos y gratuitos en primaria. Aunque escuelas sobre todo privadas, manejaran (y hasta antes de la pandemia todavía) de forma paralelas muchas opciones de libros de texto que la industria editorial ofrece, sobre todo, en la antología de lectura, el libro de “Lecturas”, usualmente no tenía sustituto.


O por lo menos así fue mi experiencia. Cursé la primaria en los años que pasaron a la historia como la “docena trágica”, es decir, me tocaron las versiones en el horrible papel “revolución” (luego me enteré que no era precisamente ese papel), pero cuya selección de piezas para leer había sido por excelentes intelectuales. Gracias a los cuales me topé con esta pequeña maravilla de Julio Cortázar a los nueve o diez años.


EL DIARIO A DIARIO
Un señor toma el tranvía después de comprar el diario y ponérselo bajo el brazo. Media hora más tarde desciende con el mismo diario bajo el mismo brazo.
Pero ya no es el mismo diario, ahora es un montón de hojas impresas que el señor abandona en un banco de plaza.
Apenas queda sólo en el blanco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diario, hasta que un muchacho lo ve, lo lee, y lo deja convertido en un montón de hojas impresas.
Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diario, hasta que una anciana lo encuentra, lo lee, y lo deja convertido en un montón de hojas impresas. Luego se lo lleva a su casa y en el camino lo usa para empaquetar medio kilo de acelgas, que es para lo que sirven los diarios después de estas inquietantes metamorfosis.

Historias de cronopios y de famas.



Sin lugar a duda, fue una revelación; bueno en cómodas mensualidades… anualidades, porque mi mente regresaba con cierta frecuencia a esta metáfora de la lectura. Los diarios y los libros existen (en la cuestión digital tengo mis reservas), pero sólo viven cuando alguien lo lee, cuando lo “metamorfosea” con su interacción.


La meditación sobre lo asombroso que es este fenómeno fue creciendo en mí, que fui lectora voraz desde muy pequeña. Creo que la intriga sobre qué pasa con los juguetes cuando los niños no juegan con ellos es una preocupación más común que dio lugar incluso a cuatro exitosas películas de Toy Story, sin embargo, a mí me intrigaba qué pasada con mis libros cuando no los leía. Pero me gustaba más todavía, el poder abstraerme por completo del mundo exterior cuando interactuaba con ellos.


Pues sí, mi pasión por los libros y la lectura me llevó a estudiar Literatura, y encontrar que había teorías basadas en el acto de leer, englobadas de manera genérica en la Teoría de la recepción. No fue lo único que aprendí, obviamente, pero sí lo que retomé cuando hice mi tesis de licenciatura sobre otro autor argentino: Macedonio Fernández, quien hacía del el Lector, un personaje en una de sus novelas.


Es relativamente fácil ubicar en este camino, la evolución de las compresiones que forman parte de la teoría de la Educación Imaginativa. Es decir, la metáfora (comprensión mítica) que gracias a los libros de texto, Cortázar plantó en mi cabeza (comprensión romántica) fructificó en un estudio más sistemático de la teoría de la recepción (compresión filosófica), interés que se ha convertido en una de mis pasiones y temas recurrentes y que la vez ha sido mi guía como autora de diversos libros de texto: ¿qué puedo plantar en el estudiante que usará este libro que le sirva para fructificar una idea vital? (compresión irónica).


Los libros de texto, especialmente en nuestro país, tienen por esa razón una importancia capital más allá de su uso concreto (ser un “diario” que alguien lee en el tranvía antes de llegar a envolver las acelgas) porque en muchas ocasiones serán el único contacto con el libro que tristemente muchos mexicanos tendrán. Por eso, resulta triste que los vaivenes políticos hayan influido en su creación y que hayan sido muy contadas las ocasiones en las que quizá más por falta de interés en un tema particular como hacer la antología de lecturas, hayan caído afortunadamente en personas de primer nivel.


Cabe señalar, que contra la común creencia no existen libros únicos para secundaria, pues cuando el libro de texto fue institucionalizado entre 1959 y 1960, sólo la primaria era obligatoria legalmente. Los libros de texto para secundaria, aún hoy en día, son escritos y publicados por editoriales privadas. Sin embargo, son sometidos a un rudo proceso de aprobación para poder ser incluidos en la lista de aprobados. Estar en esta lista los pone en mejor posición para ser seleccionados por los profesores. (Libros no aprobados se pueden vender, pero no solía ser buen negocio porque se supone que se compraban menos). En la década de los noventa, los gobiernos de los estados comenzaron a hacer compras, seleccionando con diversos métodos, de las listas de libros de secundaria y los distribuían gratuitamente en las escuelas oficiales de su región. Por eso llegan gratuitamente a las escuelas, pero es por un camino diferente.


Es poco probable que México abandone la creación y distribución del libro de texto gratuito y único en primaria, a pesar de la opinión de algunos de que se fomentaría tanto a la industria como a la libertad de elección si se adoptara un modelo como el actual de los de la secundaria. Como van las cosas, apuntaría que eventualmente se imponga el sistema de primaria para la secundaria, involucrando a padres y maestros en la selección para cada escuela con financiamiento del Estado.


Sea el camino que sea, lo importante es que la creación de los libros de texto se tome más en serio. Que se tenga la conciencia de que no se trata de defender posturas políticas, ni de sembrar tema ideológico. Tampoco se trata de reducirlos a cumplir con los requisitos de los planes y programas oficiales. El sueño guajiro es que sean hechos teniendo en cuenta la dimensión del impacto que pueden llegar a tener en los estudiantes para convertirlos en lectores activos, en pensadores críticos, en mentes creativas y en seres propositivos. Y si de pilón, se hicieran bajo la guía de los principios de la Educación Imaginativa, pues qué más se podría pedir. Como dicen por ahí, se vale soñar.



El diario a diario. Extraído de:

http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php/cuento-contemporaneo/13-cuento-contemporaneo-cat/44-017-julio-cortazar?start=7



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